Conversan las sillas en el
vacío.
Pueden refugiar la ilusión de
compartir lo que el otoño trae:
un
espejismo,
la hermandad de las hojas que
viajan,
los labios que se asoman
mientras los ojos se cierran.
Avanza la tarde sin
descender,
es como un submarino dentro
de las venas,
arrastra las redes y cae en
la trampa.
Es así, es la eterna e
inconclusa insensatez.