Nómade
Fulminante entró
esa noche, sin pedir permiso. Siempre tan él, y
Una mañana se
volvió a ir, fiel a su estilo errante. Así, sin freno,
Estalló aquí
dentro todo; besó la piel y desgarró hasta los huesos.
Abrazos y penas que
fueron y vinieron, solo con el viento.
Más dulce y
pasional no pudo ser. Íntimo, bien nuestro, letal.
Olas de su voz construyéndome
castillos de arena, todavía me sacuden brutales. Y
Retumba cada día su
violento abandono, en horas y lugares insospechados.