martes, 28 de agosto de 2018

Mujer pájaro




Mujer pájaro

Cuando gane el pedacito de ala
Que le falta
Será libre de todo.
Un pájaro humano.
Un ser de Cielo.
Ya vuela
Pero sabe que en un lugar sin tiempo,
Y en el aire que la abrazó al nacer,
Está escrito su destino:
Mujer pájaro
Que aprende
Para merecer
Un nido
En lo Alto.


"La condición humana", de Alejandro Pasquale

lunes, 20 de agosto de 2018

Los salvajes



Los salvajes

I

De su pelo brotó lo salvaje,
Lo que siempre había sido.
Lo que era naturalmente.
Pero esta vez él se lo pedía
Y ella deseaba complacerlo.
Entonces le habló a su cabello
Para que fuera indomable,
Amoroso y serpentino.
Durmiendo con su pelo
Él amaneció como la arena,
Para abrazarla con la devoción
De sus sonrientes ojos nuevos.
Y al tenerla en su cuerpo,
Feliz y tibio,
Le inundó la boca
Con pequeñas cerezas de terciopelo.


II

Transparente, cada uno, entregó
Desde la elección más sentida
Sus mejores palabras de creación.
Valientes de esperanza todas ellas
Se unieron dentro de la Luna
Para anochecer en alguien más.
Así, su almita cariñosa y femenina,
Fue concebida y amada en el Celeste.
Fuera del lejano espacio físico
E infinitamente antes de la luz.
Formaba parte de ellos,
En el lazo de ese mismo hilo
Que jamás –jamás– se rompería.
Y crecía en el impulso audaz de sus dos voces
Con largo cabello de ondas salvajes
Y dentro de su adorable vestidito de flores.


III

Pero el frío solo pudo anunciar pena.
Sin igual, penetrante, duradera.
En el aire amor y lamento.
Y, finalmente, un golpe de tierra
Se llevó todo lo del Cielo.
Los truenos destejieron el “nosotros”,
Desgarrándolo con llanto, hielo y ceniza.
Y los separaron con altas montañas
De silencio, espinas y fuego.
Quedó, en cada uno, un gris profundo
En el que, alguna vez, habitaron perlas.
Hubo lluvia en todos los rincones
Que dejó mil llagas en las venas.
Los dos todavía se preguntan, a lo lejos,
Dónde estará esa almita nueva.
Yace detenida en el Siempre
Y cada noche, sentadita sobre el hilo rojo,
Les regala tibias rosas de terciopelo,
Para aliviarles el dolor de las mejillas.





III



III

Pero el frío solo pudo anunciar pena.
Sin igual, penetrante, duradera.
En el aire amor y lamento.
Y, finalmente, un golpe de tierra
Se llevó todo lo del Cielo.
Los truenos destejieron el “nosotros”,
Desgarrándolo con llanto, hielo y ceniza.
Y los separaron con altas montañas
De silencio, espinas y fuego.
Quedó, en cada uno, un gris profundo
En el que, alguna vez, habitaron perlas.
Hubo lluvia en todos los rincones
Que dejó mil llagas en las venas.
Los dos todavía se preguntan, a lo lejos,
Dónde estará esa almita nueva.
Yace detenida en el Siempre
Y cada noche, sentadita sobre el hilo rojo,
Les regala tibias rosas de terciopelo,
Para aliviarles el dolor de las mejillas.