III
Pero el frío solo pudo anunciar
pena.
Sin igual, penetrante, duradera.
En el aire amor y lamento.
Y, finalmente, un golpe de tierra
Se llevó todo lo del Cielo.
Los truenos destejieron el “nosotros”,
Desgarrándolo con llanto, hielo y
ceniza.
Y los separaron con altas montañas
De silencio, espinas y fuego.
Quedó, en cada uno, un gris
profundo
En el que, alguna vez, habitaron
perlas.
Hubo lluvia en todos los rincones
Que dejó mil llagas en las venas.
Los dos todavía se preguntan, a lo
lejos,
Dónde estará esa almita nueva.
Yace detenida en el Siempre
Y cada noche, sentadita sobre el
hilo rojo,
Les regala tibias rosas de terciopelo,
Para aliviarles el dolor de las
mejillas.
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