sábado, 16 de diciembre de 2017

Póstuma


Póstuma

Cómo no ver la imagen cada día,
Si en el hueco de mi vientre habitan
Sombras fecundas de tus manos.
Lo arrojo en el fuego más herido,
Y no se quema, y no se quema.
Cómo guardar el roce de tus ojos,
En una planta buena que te honre
Sin tierra que ahogue de despedida,
Y que dé flores blancas con caramelos.
Cómo confiar que el tiempo
Finalmente llevará las voces,
La tuya y la mía hasta el Cielo,
Sin la vida de estos cuerpos
En alguna estrella arrepentida.



martes, 7 de noviembre de 2017

Meditada


Meditada

Ella está meditada, revuelta bien, limpia.
Toda la bruma salió y se transformó,
Y el sonido de su cabeza –imparable–
Se detuvo en esos minutos sagrados y propios.
Y ahora, las luces iluminan un poquito y
Buenos Aires es una gran mecedora
Que le recita mantras protectores.
Camina despacito y agradece liviana
Esos instantes de paz impagables
A los que se aferra y se aferra y se aferra…
Todo lo que puede.
Como si fuera parte de algo más grande
Y los lunes a las seis de la tarde,
Puntualmente lo recordara.



lunes, 28 de agosto de 2017

Otros animales


Hoy les comparto escritos de otro poeta: Jorge Curinao. Son de su libro Otros animales.
Van a ver y sentir. ¡Que los disfruten!
Para los que quieran leer más, acá les dejo su blog: http://jorgecurinao.blogspot.com.ar/


VIII
Cuando nos despedimos, palabras con pájaros llovieron contra
el cielo. No había terminado aún de cantar el último gorrión y,
en nuestras manos, alguien lloraba. Lo sé porque aquel verano
duró una eternidad.

XXII
Salimos del silencio y de nuestros miedos. Nos abrazamos.
Fuimos certeros con el destino. Ahora, todos los que no fuimos,
nos visitan. Quieren saber si era cierto.

XXIII
Debajo de la hoja está el árbol que crece, el pájaro que cae.
Quiero decir, sin temor, la sombra de tu sombra, adentro del
sueño.





martes, 25 de julio de 2017

Dirty dancing


Dirty dancing

Las fuertes piernas
Buscaban con cada músculo
El cruce de lo sagrado,
Y anudaban su piel rosada
Con asombrosa maestría.

La boca azabache
Bailaba divertida
Y llenaba sus hombros
Con dulce sal transparente.
Sensual en todos los pasos,
Como un río que goza
Bañando a su hoja preferida.

Ella, pequeña a su lado.
Él, inmenso la cubría
En todos los espacios
Con manos de avena y sol,
Y espalda de miel y chocolate.
Relajado
Se movía preciso y sutil
Dedicado a seducir
En completo masculino.

Así traspasaba su cuerpo
Impactando en todas sus flores.
Era el viento revoltoso
Deslizándose sin resistencia,
Tomando la forma de ese nombre femenino
Mientras acariciaba su cabello
Y esperaba
Paciente
La delicada entrega.








domingo, 4 de junio de 2017

Conmigo


Conmigo

Orejitas de sol y de viento
En un cuerpo blanco y espumoso.
Mi guardián; mi ángel pequeñito.
El más valiente, siempre a mi lado.
Lo abrazo
Y apoya su cabecita en mi pecho.
Él lo sabe todo.
Late su corazón para mí,
Brilla su luz para mí.
Y su cariñosa presencia,
Me regala los besos mágicos
Que empujan con ternura
A la vida. 






viernes, 10 de febrero de 2017

Hoy

Hoy

Hoy me duele particularmente.
Mucho, terrible.
Todos los días me duele,
Pero más profundo.
Entonces, cuando aparecés,
Callo el dolor como puedo.
Trato de evocar algún recuerdo
Que me haga reír.
Como el del día que viniste
Con tus zapatillas blancas y nuevas
Y me dijiste: “Tengo pantorrillas sexis”.
Lo escribo y sonrío.
“Qué salame”, pienso.
Y sonrío una vez más.
Y se pasa de a poco.
Shhhh, shhh, ya se pasa…
Me estoy meciendo y me repito:
“Ya se pasa, ya está. Ya se pasa”.

Tus manos en un sueño.
Vos me dabas la mano.
¿Qué loco, no?
Eran tal cual tus manos, iguales.
Recuerdo perfectamente tus manos.
Y estábamos separados, alejados.
Vos de un lado, yo del otro.
Pero vos me dabas la mano,
Apretabas fuerte la mía.
Como si no fueras a soltarme.
¿Qué loco, no?

Hoy está en la superficie,
Masticándome la piel
Este dolor terrible.
Imagino tantas cosas.
Siento el murmullo del idioma
Del país en el que vivís ahora
Sangrándome en los oídos.
Parece joda, pero no.
Todos los turistas de ese país
Se pasean y hablan y compran
A pocas cuadras de donde trabajo.
Te puteo mentalmente
Cuando los escucho.
No tenés ni idea…

Y me bajo del subte en mi estación:
Río de Janeiro.
Qué nombre de mierda.
¡Voy a mudarme solo para bajarme
En una que se llame distinto!
Puta madre.
Ese es el lugar en el que te despedí.
Atravieso con mi cuerpo
Las partículas que dejaste en el viento.
Y el beso. Esos besos…
Shhhhh shhhhhh
Ya se pasa.
Voy a mecerme hasta que se calle.
Ya se pasa, ya está. Ya se pasa.

Tengo tanto adentro.
Demasiado.
Mil pensamientos.
Sos un cachivache, es cierto.
Horrible.
No debería dedicarte un segundo.
Ni una palabra.

Pero hoy no se pasa. Hoy no se pasa.
Y me duele. 


miércoles, 1 de febrero de 2017

Cristina



Cristina


Se llamaba Cristina y era fanática de B52. Cristina no era un nombre común para alguien de mi edad. Por ese entonces ambas teníamos trece años y yo solo conocía a madres que se llamaban así.
Nada en ella era común. Ni siquiera la banda que le gustaba, que era alocada y colorida, con músicos de otra generación... de la generación de las Cristinas.
Coincidimos en un encuentro entre clubes, una suerte de intercambio entre el conurbano y la ciudad. Era sábado y los adolescentes del club de la Capital venían a pasar el día entero con los chicos del “campo”. Y es que el club Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó para ellos quedaba lejos, en la otra parte de Buenos Aires, en el campo…
Ese día nos repartieron en equipos mixtos. Cristina estaba en el mío. Se presentó y habló sobre un video que se llamaba “Roam”, de su banda preferida. Algunos la cargaron sin maldad y ella se rio de sí misma, sin una mínima señal de enojo. No estaba de moda ver los videos de B52. En MTV había otros grupos que estaban sonando fuerte, como Guns N’ Roses o Aerosmith.
“Yo los conozco. Me gustan”, le dije. E inmediatamente nos hicimos amigas. Me impactó desde el minuto cero. No pretendía agradar pero agradaba. No hacía un personaje, era lo que era. Y esa autenticidad la destacaba.
La mañana transcurría con juegos de mesa, ping pong de preguntas y respuestas, y deportes de todo tipo. Nuestro equipo era el mejor: alegres, risueños, frescos, creativos, bulliciosos. Festejábamos todo, incluso los segundos o terceros puestos de cada competencia, y no pasábamos desapercibidos.
Era un día atípico. Recuerdo que miré a mi alrededor y todo me pareció lindo, hasta el cemento de las gradas, hasta el cielo que se nublaba por momentos. Tal vez porque me estaba divirtiendo. Recuerdo haber tenido una revelación inesperada. Una brisa que me decía: “quedate con este día, no lo sueltes”.
Los juegos transcurrían. Ganábamos, perdíamos. No importaba tanto. Ese día de primavera quería seguir estando ahí, y eso no era algo que me sucediera con frecuencia.
Cristina brillaba tan naturalmente que era imposible no querer saber algo de ella, caminar a su lado, observarla. Tenía el pelo castaño y lacio, y era más alta que yo. Flaca, de piel blanca. Llevaba unos shorts de jean, una remera violeta y un par de zapatillas blancas.
Cada chico que pasaba junto a ella la saludaba. Todos la respetaban. Y eso no tenía nada que ver ni con su nombre, ni con su grupo musical favorito, ni con su apariencia física. Ella era agradable y hablaba con cada uno: con el lindo, con el feo, con el canchero, con el rebelde, con el tímido, con el deportista, y hasta con el que no tenía habilidades para ningún deporte. Se percibía que tenía un lugar importante. Único.
Curiosamente, noté que era muy amiga de los varones. Me atrevería a decir que más que de las mujeres. Demostraba una habilidad que yo no poseía. En ese momento de mi vida, relacionarme fluidamente con el sexo opuesto era una tarea ardua. No sabía cómo. Y ella, al parecer, desbordaba de magia.  
Era esa amiga que cualquier chico quería tener: no le importaba jugar al futbol para ganar una competencia, pero por eso no dejaba de ser femenina. Cómplice. Compartía con ellos un código masculino y no la trataban como a una chica más. Con ella se reían, le daban un abrazo, la consultaban, la seguían. Cristina era Cristina.
Por este evento, el club estaba repleto de chicos de nuestra edad y también un poco más grandes. Uno me gustaba mucho. Se parecía a Craig Sheffer, un actor estadounidense que adoraba. Era el protagonista, junto con Virginia Madsen, de la película “Fire with Fire”. Vivían un amor adolescente, típico de las películas de los años ochenta que devoré con gusto a principios de los noventa. Lisa y Joe, dos polos opuestos, se conocían en un baile gracias a un intercambio entre escuelas. El chico rebelde y la chica rara se enamoraban locamente.
Al caer la tarde nosotros también nos preparábamos para un baile y una comida de club. Hamburguesas, gaseosas y música. Paraíso adolescente que recién empezaba a descubrir. Cristina no bailaba bien, pero bailaba. Y se relacionaba con los demás como si tuviera un don, una misión, un propósito. Un interés genuino por el otro. Incluso por mí, aunque apenas me conocía. Como si supiera que adentro mío se anidaba algo especial, que ni siquiera yo sabía si tenía.
En la calurosa noche de baile alterné pasos improvisados con miradas al chico que me gustaba. Quizás esa réplica nacional de Joe se dio cuenta de que me atraía. No lo supe. Era muy tímida para averiguarlo.
Cristina apareció a mi lado con uno de sus amigos, bailando “Love Shack” de B52, un tema que pidió especialmente. Él era un flaquito alto y rubio, que se acomodaba continuamente su pelo indomable, que empezaba a estar largo, como se usaba en esos años. Ella tenía la soltura de alguien que se despega del piso y hablaba con los dos, como si fuéramos tres amigos de siempre, de toda la vida.
De repente, de la nada, avisó que se iba a bailar “allá”, y señaló el lugar con el dedo. “Ahora vuelvo”, deslizó y cruzó el salón con una sonrisa. No dijo más y con toda su seguridad se empezó a acercar al gordito de camisa a cuadros, que estaba solo y aburrido. El rubio y yo la mirábamos con cierta fascinación mientras ella avanzaba firme, decidida. No le importaron las miradas de nadie. Ella sabía lo que hacía.
El silencio nos atrapó y yo solo me dediqué a tomar gaseosa y a taparme la cara con el vaso, sin saber bien qué decir.
“Todos la quieren”, comentó él, como si me leyera el pensamiento o solo para hablar de algo.
“¿Por qué?”, le pregunté, casi tontamente.
Y él solo dijo: “Porque es buena”.
Unas horas más tarde despedimos a los chicos del club de la Capital. Nunca más volví a ver a Cristina. Pero desde ese día supe que quería parecerme a ella, aunque fuera un poquito.